Hace algunos meses asistimos a la prohibición de los festejos taurinos en el Parlamento catalán. Este hecho entusiasmó a los pro-animalistas pues, aunque no era un hecho inédito, (véase la más antigua prohibición de los toros en las Islas Canarias) se le dio un bombo inusitado, posiblemente por la prensa, al tratarse de un territorio con un fuerte arraigo nacionalista.
Hoy parece ser que este hecho no fue más que la venta de humo más grande que se les ha hecho a los catalanes y a los españoles en general en mucho tiempo, pues mientras cuando se votó aquella ley vimos cómo la cámara de Cataluña recibió la medida en pie, poco o muy poco se contó cuando sin iniciativa popular (como se realizó lo anterior) se aprobó otro festejo en el que los animales sufre vejación y tortura física y psicológica. Estas se encuentran derivadas del estrés que experimentan y de los objetos que se les arrojan o se les unen a sus defensas, con el claro fin del divertimento de la turba popular que se concentra para contemplar los festejos.
Ante todo se he da decir que como demócrata se debe respetar la voluntad soberana del pueblo catalán, pues tienen capacidad de legislación y de decisión autónoma. Lo que no es admisible bajo ningún concepto es que esta decisión se venda como un triunfo en pos de la protección animal, pues la misma Cámara soberana apoyó otro tipo de festejos igualmente denigrantes para los animales (también de la especie taurina). Y no sólo eso, los blindó para impedir que su situación pueda ser revisada con posterioridad. De igual modo, no se puede leer en esta clave la prohibición canaria pues mantienen otras fiestas populares como las peleas de gallos.
Sencillamente no se debe reprochar nada a los ecologistas, pues propusieron libremente y vieron recogida su reivindicación, formando esto parte de sus garantías constitucionales. Pero al parecer tampoco a los políticos pues esta flaqueza de voluntades, lamentablemente, parece que está de moda, y se les debe tratar como a los acusados en los casos judiciales en los que se demuestra no se encontraban en plenas facultades mentales.
Desde luego lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta.